Juan 6:8–10
Luego, Andrés, el hermano de Simón Pedro, dijo: “Aquí hay un niño con cinco panes de cebada y dos peces. Pero, ¿de qué sirve eso para tanta gente?” “Hagan que todos se sienten”, dijo Jesús. Así que todos se sentaron en las laderas cubiertas de hierba. (Solo los hombres sumaban alrededor de 5,000).
La escasez de pan y pescado contrastaba fuertemente con la multitud sentada en la ladera. Curiosamente, aunque cinco mil personas siguieron a Jesús para recibir algo (principalmente sanación), solo uno se adelantó cuando se les pidió algo. Es ilógico pensar que un niño en la multitud fue el único que llevó comida ese día. Este hecho demuestra la actitud egoísta de aquellos que seguían a Jesús. Querían recibir pero no dar. Esta puede ser una razón por la cual, cuando Jesús más tarde pidió un compromiso de los seguidores, muchos se fueron (Juan 6:66).
George pidió un bistec de veintiocho onzas en un restaurante. Después de comer la mitad, colocó el bistec en una caja para llevar. Ya estaba anticipando el día siguiente cuando podría terminar su bistec.
Cuando George salió del restaurante, un hombre sin hogar se le acercó pidiendo dinero. George le entregó al hombre sin hogar cinco dólares y lo bendijo en el nombre de Jesús. Sintiéndose orgulloso por hacer su deber cristiano, George comenzó a alejarse. El hombre sin hogar le llamó, “¿Y qué hay de la caja?” En ese momento George se dio cuenta de que le resultaba más fácil desprenderse de un billete de cinco dólares que de las sobras en la caja.
Como seguidores de Jesús, debemos estar dispuestos a dar lo fácil y lo difícil. No hay lugar para el egoísmo. Al reflexionar, ¿hay algo que Jesús podría pedirte que te negarías a dar?
Eso concluye nuestra devocional de hoy. Terminemos con una palabra de oración.
PALABRA DE ORACIÓN
Señor Jesús, al reflexionar sobre la historia del niño que dio sus panes y peces, me doy cuenta de mi propia reticencia a dar libremente. Demasiado a menudo, me aferro a lo que tengo, olvidando que todo lo que poseo es un regalo de Ti. Confieso mi egoísmo y pido Tu perdón.
Enséñame, Señor, a tener un corazón que da con alegría y generosidad. Ayúdame a recordar la pequeña ofrenda del niño que Tú multiplicaste para alimentar a miles, como un recordatorio de que ningún regalo es demasiado pequeño en Tus manos. Anímame a no solo ser receptor de Tus bendiciones, sino también un dador de lo que he recibido de Ti.
Desafíame, Señor, a soltar las cosas a las que me aferro con fuerza, ya sean posesiones materiales, mi tiempo o mi comodidad. Muéstrame dónde puedo hacer una diferencia en la vida de alguien, incluso con lo que me parece insignificante. Transforma mi corazón para reflejar Tu generosidad, sabiendo que al dar, estoy participando en la obra de Tu reino.
En momentos de reticencia, recuérdame Tu sacrificio definitivo, dando Tu propia vida por mí. Que esta verdad me inspire a vivir una vida marcada por dar, no retener.
En el nombre de Jesús, amén.