En este tiempo de Adviento recordamos y esperamos: recordamos las promesas que ya se han cumplido, y la encarnación y el nacimiento del Emanuel —Dios con nosotros—; y también esperamos Su retorno, el fin de todo mal y dolor, y la nueva creación. El Adviento es un tiempo de contrastes: «Dios está en el pesebre, riqueza en la pobreza, luz en la oscuridad, socorro en el abandono. Ningún mal puede sobrevenirnos; hagan lo que hagan los hombres, no pueden sino servir al Dios que se revela en secreto como amor y gobierna el mundo y nuestras vidas» (Dietrich Bonhoeffer, 1943).

El segundo domingo de Adviento nos confronta con una elección al explorar la conversación de Nicodemo con Jesucristo durante la noche. En ella hablan sobre el amor de la humanidad por la oscuridad y la decisión de salir de las tinieblas para entrar en Su luz.

El tercer domingo de Adviento nos invita a reconocer, responder y esperar Su supremacía sobre todas las cosas.

El último domingo de Adviento revela lo inesperado de Su venida: en el nacimiento de Jesús, en Su vida y Su muerte, y también en Su retorno.

El día de Navidad nos lleva al Himno de Cristo en Filipenses 2, la historia de Su amor manifestado en Su humillación y exaltación. Nos invita a demostrar nuestro amor por Cristo viviendo en unidad y siendo humildes unos con otros.

El Servicio de fin de año nos recuerda Sus beneficios y bondad, y respondemos con asombro, alabanza y gratitud. El Adviento es un tiempo de espera y recuerdo. Sin embargo, toda nuestra vida es un tiempo de Adviento; es decir, un tiempo de espera y esperanza en el último Adviento, el momento en que Él volverá.

Les deseo un tiempo de Adviento profundamente contemplativo y una santa Navidad junto a sus familias, sus congregaciones y sus comunidades.