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Cuento: El amigo ignorado

Cuentos y relatos con enseñanza. De mi pluma o los que más me gustan, narrados por mí o por amigos.

Bernardo y Casilda se casaron muy ilusionados, como deben hacerlo todas las parejas. Si estabas un rato con ellos pronto te percatabas de que eran un par de enamorados.
El mejor amigo de Casilda era Bernardo. La mejor amiga de Bernardo era Casi (a Bernardo le gustaba llamarla por el diminutivo). Se conocieron en el trabajo. Fue un flechazo… Pero de esos que no decepcionan cuando lo que imaginas se topa con la realidad. Al contrario, la relación fue creciendo y madurando tan rápidamente, tan intensamente, tan alegremente, que en cuestión de meses lo tuvieron claro: eran el uno para el otro; debían casarse; un amor así es un regalo en tiempos como estos.
Y la boda llegó. Y los dos primeros años de convivencia. Y los planes de tener un bebé. Y la emoción de la prueba, que dio positivo. Si era niño lo llamarían Miguel, por el abuelo materno de Casilda, y si era chica la llamarían Ariadna (ese nombre los cautivó un día en el que tomaban café y una madre gritó a su hija, “¡No tan fuerte, Ariadna, que te puedes caer!”, porque la niña se columpiaba demasiado alto).
Casilda perdió al bebé a los cuatro meses. Hacía poco que había cumplido veintiséis.
Fue un duro golpe para la joven pareja. Bernardo lo encajó mejor, por sus treinta y dos años, pensaron Jorge e Inés, los padres de Bernardo. Susana, que conocía más que nadie en el mundo a Casilda, su hija, se preocupó. Ella había estado al lado de Casi en sus dichas y desdichas. La había ayudado a superar los baches del camino: aquel año perdido en la universidad, por depresión; cuando rompió con su primer novio y Casilda adelgazó hasta parecer un esqueleto; o la noticia de su divorcio. Aunque Casi nunca estuvo muy unida a su padre, sin embargo, el divorcio de Susana le afectó más a Casilda que a su misma madre. Susana se alegró de que no hubiesen tenido más hijos, Casi contaba por dos.
Los temores de Susana estaban bien fundados. El aborto, aunque había sido natural e involuntario, llenó a la joven de culpabilidad y Casilda llegó a maldecir su trabajo. Creyó que por mover peso y por estar muchas horas de pie acabó perdiendo al bebé.
Desde entonces la casa de Bernardo y Casilda está irreconocible. Ya no hay risas. No suena música. Nadie los visita. Apenas hacen el amor.
Casilda está de baja y Bernardo sigue en su puesto, en el supermercado. A él le gustaría no ir al trabajo y ayudar a su esposa a salir de su tristeza, pero no es razonable. Con uno de los sueldos en peligro es suficiente. Susana tampoco logra levantar el ánimo de su hija. De hecho, Casilda no quiere visitas.
Ya han pasado dos meses y Casilda nunca llora. Ha dejado de hacerlo, al menos delante de Bernardo.
………………………
Un día, Bernardo se despierta temprano y prepara el desayuno. Es sábado. La invitará a pasear. El tiempo es ideal para andar un rato.
Casilda se despierta ojerosa. Ha dormido mal.
-Buenos días -dice Bernardo.
Casilda lo mira triste, se sienta, desayuna. Bernardo le habla; le habla y ella mira a la taza de café con leche. No contesta. Bernardo le cuenta cómo va por el supermercado. Le dice:
-El día está precioso, cariño.
Le pregunta:
-¿Quieres que vayamos a ver a tu madre? ¿O a dar un paseo?
Casilda se levanta, con paso pesado, con hombros caídos, recoge su taza, su plato, su servilleta… Los deja en el fregadero. Se acuesta en el sillón, hecha un ovillo.
Bernardo se levanta de la mesa y da paseos nerviosos en el salón. Un par de lágrimas luchan por salir, pero el joven esposo no lo permite. “Lo importante no es lo que yo siento”, se dice. “Lo importante es Casi. Es ayudarla…”.
Se arrodilla a su lado y le toma la mano. La besa.
-Casilda -le dice-, estoy aquí, nena. Siempre voy a estar aquí. Tenemos que superarlo, cariño -le dice.
Casilda, con la mirada perdida y la cara de un derrotado, se da la vuelta sin decir nada. Así permanece hasta la hora de la comida.
Mientras, Bernardo ha hecho lo que ha podido en la casa. Que si limpiando, primero. Cocinando, después. Llamando a sus padres por teléfono. Dejando sonar un poco de música… Así ha pasado la mañana. Tiene el corazón en un puño y, aunque está con su amiga, comienza a sentirse solo.
Come solo. Casilda se ha ido a la cama. Recoge la mesa solo. Y ve una película en la tarde echando de vez en cuando un viaje a la habitación. Casilda está recogida, en postura fetal, en el oscuro cuarto y cuando su marido le habla, le pregunta, le ofrece té, ella calla, lo ignora, lo oye de lejos, distante, muy lejos… Ahora, en su mundo, todo transcurre a cámara lenta y solo hay lugar para ella y su pena.
Bernardo se acuesta. Ya no habla con Casilda. “Mañana domingo”, piensa. “Mañana seguro que será mejor…”. Y con mucho esfuerzo se logra dormir.
……………………..
El domingo no fue mejor. Fue igual. Quizás peor, ya que Casi estuvo un poco más activa, regando las plantas, lavando los platos del desayuno, comiendo con Bernardo; pero con la mirada fantasma; esa mirada que le hiela la sangre a él, porque no le contesta ni le hace caso cuando habla.
Y, por primera vez, Bernardo sospecha que a su esposa le ocurre algo peor que una depresión, algo que puede ser más profundo: algún mal de la mente (“… tendrá que verla un doctor”, piensa él) o un mal del corazón (“… ¿desamor?”).
A la noche Bernardo se lo pregunta:
-Casilda, ¿me amas? ¿Me sigues queriendo, nena? ¿Es eso lo que te pasa… que ya no me quieres?
Casilda no dice nada. Sigue callada, cierra los ojos lentamente, se da la vuelta hacia su lado de la cama y respira profundo. Bernardo espera un poco; a ver si hay alguna confesión, alguna lágrima, algo… Pero nada. Casilda permanece quieta y Bernardo la abraza, más preocupado, si cabe. Ella se deja abrazar. Él piensa: “Por lo menos no me aparta de un codazo”. Y aferrado a esa pobre esperanza se acaba durmiendo.
………………………………
Toda la semana siguiente es igual. Como vivir despierto con una mujer que muere en un sueño.
Bernardo lo intenta el lunes, el martes, el miércoles. Pero el jueves ya no lo intenta. Se siente el amigo ignorado.
“Como ella no quiere ir a un psiquiatra, iré yo”, se dice el viernes. “Sí. El lunes busco uno”.
Pero el sábado sucede algo terriblemente bueno… Alegremente malo.
…………………………….
Casilda se levanta de la cama ante que Bernardo. Prepara el desayuno; lo deja listo; se ducha; despierta a Bernardo con besos; hacen el amor; desayunan. Habla con tristeza, pero habla. Luego salen. Van a ver a Susana. Comen fuera.
-Vamos a casa -dice Bernardo.
-No. Quiero ver a tus padres… Quiero ver a nuestros amigos… ¿Quizás esta noche? ¿Cenamos con ellos?
De manera que van a casa de Jorge e Inés, los padres de Bernardo. Luego quedan con sus amigos. Cenan con ellos. Están muy contentos por ver a Casilda de nuevo.
Ya en casa, Bernardo quiere hablar de los silencios de Casi, de la depresión, de ir a un psicólogo, si ella piensa que lo necesita…
Casilda prefiere no hablar del aborto. Vuelven a hacer el amor. Bernardo se duerme y Casilda lee una novela hasta que amanece. Es entonces cuando cae rendida, vencida por el sueño.
………………………………
El martes por la tarde Bernardo acude a la consulta de la psiquiatra, Concepción Núñez. Ha pedido permiso en el trabajo y le han dejado salir temprano. No quiere que Casilda sepa de su visita al psiquiatra. Le resume todo el problema a doña Concepción.
-Doctora -dice Bernardo-, es así como se lo estoy contando… Si ella no está loca me está volviendo loco a mí.
-Entonces -pregunta la psiquiatra-, el domingo se despertaría tarde…
-A las dos, doctora.
-¿No quiso comer?
-No.
-¿Volvió a estar callada?
-Igual que la semana pasada… Yo tenía la esperanza de que lo malo ya había acabado. Que mejoraría. Pero el domingo me ignoró… Simplemente no habla. Está en su mundo… Muy triste. Ella no es así… No era así -rectifica Bernardo-, hasta antes del aborto. Algún que otro bajón… como todos, pero…
-¿Y el lunes? -lo interrumpe Concepción.
-Bueno. Pedí cita en la mañana, porque -duda al decirlo- estoy un poco asustado… -se corrige- preocupado… ¿Me entiende?
-Claro -asiente la psiquiatra.
-El lunes, igual que el domingo. Es como vivir solos. Es… como no tenerla cerca, aunque estamos cerca.
-¿Y dice que no tiene buena disposición a venir? -quiere confirmar doña Concepción.
-No, doctora. El sábado, cuando sí hablaba -dice Bernardo con tristeza- me dejó ver que no quiere enfrentar lo del aborto.
La doctora entrelaza los dedos, se retira unos centímetros de la mesa y con movimientos pausados de cabeza, ahora de arriba abajo, después de izquierda a derecha, se lamenta:
-Usted me está describiendo perfectamente un trastorno afectivo bipolar, de ciclo rápido.
-¿Bipolar? -pregunta Bernardo, repitiendo lo único que ha entendido del diagnóstico.
-Sí… -confirma la psiquiatra, Concepción Núñez- Parece que el aborto ha desencadenado en Casilda un trastorno afectivo bipolar. Su estado de ánimo cambia de la depresión a la manía, es decir, a la euforia… Tendrán que buscar ayuda de un especialista. Conmigo o en lo público… Como prefieran.
Bernardo llena los pulmones y cierra con fuerza los ojos, queriendo con este gesto ver más claramente lo que las palabras “trastorno afectivo bipolar” implican.
Doña Concepción, acostumbrada a momentos como este, intenta compensar el diagnóstico con algo de luz al final del túnel.
-Bernardo, no va a ser fácil, es cierto. Pero sois jóvenes y tenéis lo más importante para enfrentar esto.
Bernardo abre los ojos y con sed de soluciones le da toda su atención a la doctora. Ella prosigue.
-Tú la tienes a ella y ella te tiene a ti. Os amáis; y con ayuda vais a aprender a llevarlo… e incluso a superarlo.
………………………………………..
Fueron muchos los días en los que Bernardo se sintió el amigo ignorado. Fue muy doloroso convivir con la mujer que amaba, mientras que ella recorría un laberinto en solitario, sin lograr encontrar la salida.
Una verdadera prueba para su relación, el pasar de los episodios de euforia a los de tristeza y silencio; ahora existiendo para Casilda; después, simplemente, sin poder entrar en el mundo oscuro y asfixiante de su esposa.
Me gustaría contar que pronto, aquella lucha, terminó. Pero no es cierto. Fue duro. Necesitaron ayuda. Supuso un penar de cuatro años, dejando atrás lágrimas, días malos y unos pocos buenos, hasta volver a encontrar la estabilidad; una felicidad frágil.
A pesar de todo, finalmente, Bernardo y Casilda lo volvieron a intentar. Casilda quiso volver a ser madre; sin duda, porque se sintió con fuerzas para amarse y amar a los demás, especialmente a su esposo. Y Bernardo luchó por Casilda y por un futuro unidos, disfrutándose, en el que ninguno de los dos sería más un amigo ignorado.
FIN.
Juan Carlos Parra
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Aquí tienes este cuento en texto y en audio; además la aplicación que le dimos, basado en Santiago 4:8:
Acercaos a Dios, y él se acercará a vosotros. Pecadores, limpiad las manos; y vosotros los de doble ánimo, purificad vuestros corazones.
¿Sabes que nosotros también podemos ser bipolares en nuestra amistad con el Espíritu Santo y que Él, paradójicamente, se convierta en el amigo ignorado?
Juan Carlos P. Valero

Cuento: El Rey Loco

Cuento escrito por mi hermano https://www.youtube.com/channel/ucybftjdfiekrwanrbna3f8a una historia emocionante, un final inesperado, una moraleja que siempre te acompañará después de escuchar este cuento. Estas son sus palabras: " He tenido este cuento gestándose en mi corazón desde hace un par de años y ahora que ha visto la luz estoy seguro de que será de gran ayuda para todos aquellos que entendemos que tenemos diariamente una lucha interior entre el hombre viejo y el hombre nuevo, la carne y el espíritu, el bien que quiero hacer y el mal que, a menudo, acabo haciendo. Te animo a leer el cuento con un corazón de niño que aún sabe dejarse atrapar por una buena historia, pero, lo que es más importante, que cada vez que sientas que tu propio Rey Loco quiere tomar el trono de tu vida le ordenes: ¡A la cárcel, de donde nunca tienes permiso de salir! Y que dejemos que la sabiduría y bondad de Dios gobiernen nuestro caminar, por el Espíritu Santo que nos ha sido dado". https://www.youtube.com/channel/ucybftjdfiekrwanrbna3f8a

Cuento: "El alfarero mágico"

Escrito por Lorena Pareja y con la producción de David Parra. Un cuento en el que los niños pueden aprender sobre su identidad como niños y niñas y que les advierte de aquellos que quieran abusar de ellos. Simpático, franco y valiente en este tiempo en el que hay tanta confusión y ataques a la pureza e inocencia de nuestros hijos. Es un cuento para que los padres o abuelos escuchemos con nuestros hijos y después comentarlo.

Cuento: "El estudiante" (A.Chejov)

El estudiante Anton Chejov En principio, el tiempo era bueno y tranquilo. Los mirlos gorjeaban y de los pantanos vecinos llegaba el zumbido lastimoso de algo vivo, igual que si soplaran en una botella vacía. Una becada inició el vuelo, y un disparo retumbó en el aire primaveral con alegría y estrépito. Pero cuando oscureció en el bosque, empezó a soplar el intempestivo y frío viento del este y todo quedó en silencio. Los charcos se cubrieron de agujas de hielo y el bosque adquirió un aspecto desapacible, sórdido y solitario. Olía a invierno. Iván Velikopolski, estudiante de la academia eclesiástica, hijo de un sacristán, volvía de cazar y se dirigía a su casa por un sendero junto a un prado anegado. Tenía los dedos entumecidos y el viento le quemaba la cara. Le parecía que ese frío repentino quebraba el orden y la armonía, que la propia naturaleza sentía miedo y que, por ello, había oscurecido antes de tiempo. A su alrededor todo estaba desierto y parecía especialmente sombrío. Sólo en la huerta de las viudas, junto al río, brillaba una luz; en unas cuatro verstas a la redonda, hasta donde estaba la aldea, todo estaba sumido en la fría oscuridad de la noche. El estudiante recordó que cuando salió de casa, su madre, descalza, sentada en el suelo del zaguán, limpiaba el samovar, y su padre estaba echado junto a la estufa y tosía; al ser Viernes Santo, en su casa no habían hecho comida y sentía un hambre atroz. Ahora, encogido de frío, el estudiante pensaba que ese mismo viento soplaba en tiempos de Riurik, de Iván el Terrible y de Pedro el Grande y que también en aquellos tiempos había existido esa brutal pobreza, esa hambruna, esas agujereadas techumbres de paja, la ignorancia, la tristeza, ese mismo entorno desierto, la oscuridad y el sentimiento de opresión. Todos esos horrores habían existido, existían y existirían y, aun cuando pasaran mil años más, la vida no sería mejor. No tenía ganas de volver a casa. La huerta de las viudas se llamaba así porque la cuidaban dos viudas, madre e hija. Una hoguera ardía vivamente, entre chasquidos y chisporroteos, iluminando a su alrededor la tierra labrada. La viuda Vasilisa, una vieja alta y robusta, vestida con una zamarra de hombre, estaba junto al fuego y miraba con aire pensativo las llamas; su hija Lukeria, baja, de rostro abobado, picado de viruelas, estaba sentada en el suelo y fregaba el caldero y las cucharas. Seguramente acababan de cenar. Se oían voces de hombre; eran los trabajadores del lugar que llevaban los caballos a abrevar al río -Ha vuelto el invierno -dijo el estudiante, acercándose a la hoguera-. ¡Buenas noches! Vasilisa se estremeció, pero enseguida lo reconoció y sonrió afablemente. -No te había reconocido, Dios mío. Eso es que vas a ser rico. Se pusieron a conversar. Vasilisa era una mujer que había vivido mucho. Había servido en un tiempo como nodriza y después como niñera en casa de unos señores, se expresaba con delicadeza y su rostro mostraba siempre una leve y sensata sonrisa. Lukeria, su hija, era una aldeana, sumisa ante su marido, se limitaba a mirar al estudiante y a permanecer callada, con una expresión extraña en el rostro, como la de un sordomudo. -En una noche igual de fría que ésta, se calentaba en la hoguera el apóstol Pedro -dijo el estudiante, extendiendo las manos hacia el fuego-. Eso quiere decir que también entonces hacía frío. ¡Ah, qué noche tan terrible fue esa! ¡Una noche larga y triste a más no poder! Miró a la oscuridad que le rodeaba, sacudió convulsivamente la cabeza y preguntó: -¿Fuiste a la lectura del Evangelio? -Sí, fui. -Entonces te acordarás de que durante la Última Cena, Pedro dijo a Jesús: «Estoy dispuesto a ir contigo a la cárcel y a la muerte». Y el Señor le contestó: «Pedro, en verdad te digo que antes de que cante el gallo, negarás tres veces que me conoces». Después de la cena, Jesús se puso muy triste en el huerto y rezó, mientras el pobre Pedro, completamente agotado, con los párpados pesados, no pudo vencer al sueño y se durmió. Luego oirías que Judas besó a Jesús y lo entregó a sus verdugos aquella misma noche. Lo llevaron atado ante el sumo pontífice y lo azotaron, mientras Pedro, exhausto, atormentado por la angustia y la tristeza, ¿lo entiendes?, desvelado, presintiendo que algo terrible iba a suceder en la tierra, los siguió… Quería con locura a Jesús y ahora veía, desde lejos, cómo lo azotaban… Lukeria dejó las cucharas y fijó su inmóvil mirada en el estudiante. -Llegaron adonde estaba el sumo pontífice -prosiguió- y comenzaron a interrogar a Jesús, mientras los criados encendieron una hoguera en medio del patio, pues hacía frío, y se calentaban. Con ellos, cerca de la hoguera, estaba Pedro y también se calentaba, como yo ahora. Una mujer, al verlo, dijo: «Éste también estaba con Jesús», lo que quería decir que también a él había que llevarlo al interrogatorio. Todos los criados que se hallaban junto al fuego le miraron, seguro, severamente, con recelo, puesto que él, agitado, dijo: «No lo conozco». Poco después, alguien lo reconoció de nuevo como uno de los discípulos de Jesús y dijo: «Tú también eres de los suyos». Y él lo volvió a negar. Y por tercera vez, alguien se dirigió a él: «¿Acaso no te he visto hoy con él en el huerto?». Y él lo negó por tercera vez. Justo después de eso, cantó el gallo y Pedro, mirando desde lejos a Jesús, recordó las palabras que él le había dicho durante la cena… Las recordó, volvió en sí, salió del patio y rompió a llorar amargamente. El Evangelio dice: «Tras salir de allí, lloró amargamente». Así me lo imagino: un jardín tranquilo, muy tranquilo, y oscuro, muy oscuro, y en medio del silencio apenas se oye un callado sollozo… El estudiante suspiró y se quedó pensativo. Vasilisa, que seguía sonriente, sollozó de pronto, gruesas y abundantes lágrimas se deslizaron por sus mejillas mientras ella interponía una manga entre su rostro y el fuego, como si se avergonzara de sus propias lágrimas. Lukeria, por su parte, miraba fijamente al estudiante, ruborizada, con la expresión grave y tensa, como la de quien siente un fuerte dolor. Los trabajadores volvían del río, y uno de ellos, montado a caballo, ya estaba cerca y la luz de la hoguera oscilaba ante él. El estudiante dio las buenas noches a las viudas y reemprendió la marcha. De nuevo lo envolvió la oscuridad y se entumecieron sus manos. Hacía mucho viento; parecía, en efecto, que el invierno había vuelto y no que al cabo de dos días llegaría la Pascua. Ahora el estudiante pensaba en Vasilisa: si se echó a llorar es porque lo que le sucedió a Pedro aquella terrible noche guarda alguna relación con ella… Miró atrás. El fuego solitario crepitaba en la oscuridad, y a su lado ya no se veía a nadie. El estudiante volvió a pensar que si Vasilisa se echó a llorar y su hija se conmovió, era evidente que aquello que él había contado, lo que sucedió diecinueve siglos antes, tenía relación con el presente, con las dos mujeres y, probablemente, con aquella aldea desierta, con él mismo y con todo el mundo. Si la vieja se echó a llorar no fue porque él lo supiera contar de manera conmovedora, sino porque Pedro le resultaba cercano a ella y porque ella se interesaba con todo su ser en lo que había ocurrido en el alma de Pedro. Una súbita alegría agitó su alma, e incluso tuvo que pararse para recobrar el aliento. “El pasado -pensó- y el presente están unidos por una cadena ininterrumpida de acontecimientos que surgen unos de otros”. Y le pareció que acababa de ver los dos extremos de esa cadena: al tocar uno de ellos, vibraba el otro. Luego, cruzó el río en una balsa y después, al subir la colina, contempló su aldea natal y el poniente, donde en la raya del ocaso brillaba una luz púrpura y fría. Entonces pensó que la verdad y la belleza que habían orientado la vida humana en el huerto y en el palacio del sumo pontífice, habían continuado sin interrupción hasta el tiempo presente y siempre constituirían lo más importante de la vida humana y de toda la tierra. Un sentimiento de juventud, de salud, de fuerza (sólo tenía veintidós años), y una inefable y dulce esperanza de felicidad, de una misteriosa y desconocida felicidad, se apoderaron poco a poco de él, y la vida le pareció admirable, encantadora, llena de un elevado sentido. FIN