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Cuento: ¿No os importa?

Cuentos y relatos con enseñanza. De mi pluma o los que más me gustan, narrados por mí o por amigos.

December 25, 2021

Cuento: ¿No os importa?
En esta semana he querido compartir una adaptación que he hecho de un cuento, Sacrificio de amor, que nos recuerda por qué debemos adorar a Jesús y darle gracias. Yo lo he titulado, ¿No os importa? Al terminar de leerlo entenderás la trascendencia de esta pregunta.
Cuento: ¿No os importa?
La jornada de trabajo había terminado. De vuelta a casa, escuchó por la radio que una terrible epidemia había empezado a desarrollarse en un pueblo de la India. No le dio mucha importancia. Sin embargo, en pocos días leyó en los periódicos que millones de personas fallecieron, y el mal ya se estaba extendiendo por países vecinos, como Pakistán, Afganistán e Irán.

Personal de la OMS viajó de inmediato a la India para investigar la epidemia, que ya era conocida como la "influencia misteriosa". Pronto, ante los informes demoledores de los expertos, los países europeos decidieron cerrar sus fronteras y cancelar todos los vuelos con destino a Pakistán, India u otro país donde la enfermedad hubiera brotado. Fue demasiado tarde. Las noticias informaron de que una mujer había fallecido por el virus en un hospital francés. Dos meses después, la incurable enfermedad arrasó casi toda Europa y empezó a ocasionar estragos en Estados Unidos, país que de inmediato cerró sus fronteras y canceló todos los vuelos internacionales.

El mundo entero entró en pánico y el virus rápidamente invadió el planeta. Era una gravísima pandemia. Al pasar el año todos los seres humanos se habían contagiado, aunque, por alguna razón que no se sabía explicar, unos morían en pocas horas y otros lentamente.
En su barrio, los vecinos también estaban angustiados porque, antes o después, iban a morir, ya que el contagio no distinguía sexo, raza o edad. Organizaron cadenas de oración en iglesias de todo el mundo y de todas las religiones. Rogaban al Cielo que los científicos encontraran el antídoto. Pero nada, a pesar de trabajar sin descanso, todo el esfuerzo era en vano.
Finalmente, un grupo de expertos logró descubrir puntos débiles en el código ADN del virus, lo que era el primer paso para preparar la cura. Además, se requería la sangre de alguna persona que se mostrase inmune a la rara enfermedad, a pesar de estar contagiada, por lo que se pidió a todos los ciudadanos del planeta que, poco a poco, según el orden que marcaban las autoridades, se dirigieran a los centros sanitarios para hacerles un examen de sangre.

Él también fue al hospital con su familia, de los primeros de su ciudad, y preguntándose si lo que estaba pasando no sería realmente el fin del mundo. Tras sacarles sangre y esperar un par de horas la puerta de la sala se abrió y un médico salió gritando el nombre que estaba leyendo en su cuaderno. Él solo pudo responder: “¿Qué?”. El doctor volvió a gritar el mismo nombre. El más pequeño de sus hijos, que estaba a su lado, agarró a su padre por la chaqueta y exclamó: “¡Papá, ese es mi nombre!”. Antes de que tuviera tiempo para reaccionar, las enfermeras, con su esposa, estaban llevando a su hijo hacia adentro. Mientras, el facultativo le explicaba que la sangre del niño era limpia: “Sangre pura. El virus no afecta a su hijo. No obstante, queremos comprobarlo mejor”.

Pasaron cincuenta largos minutos y los doctores salieron nuevamente. Uno de ellos, el que parecía mayor, se acercó y le agradeció la espera. Efectivamente, la sangre de su niño estaba limpia: “Es el único ser humano encontrado hasta la fecha que no está afectado. Por lo tanto, su sangre es perfecta para elaborar el antídoto y erradicar la influencia misteriosa”. Sin embargo, al doctor se le ensombreció el rostro cuando le pidió a él y a su esposa la firma para autorizar que se utilizara la sangre del pequeño. Al leer el documento, se dieron cuenta de que había un elevado riesgo de que su hijo falleciese por la donación. Levantaron los ojos y le preguntaron al doctor que cuanta sangre iba a necesitar. La voz del profesional se apagó aún más y contestó: “No pensábamos que sería un niño… Son pruebas muy complejas, así que la necesitaremos casi toda”.
No lo podían creer. Él trató de contestar: "Pero... Pero...". El doctor insistió: “Usted no lo alcanza a comprender... Estamos hablando de todo el mundo… Su hijo es la salvación de todo el mundo. Por favor, piénselo un par de horas más, si lo necesitan, pero a cada minuto que pasa se acumulan los cadáveres por cientos".
En silencio, y sin poder sentir los dedos que sostenían la pluma, firmaron. Entonces, preguntaron si podían pasar un momento para estar con su niño antes de que comenzara la operación. Caminaron hacia el quirófano, donde su hijo estaba sentado en la cama. El pequeño preguntó qué estaba pasando. Tomaron su mano y le dijeron que papá y mamá lo amaban más que a nada y que no se preocupase; que todo iba a salir bien. A pesar de que, realmente, existía una alta probabilidad de que no aceptase la transfusión de nueva sangre: por ser tan pequeño y, además, por tener que recibir una sangre que estaba contaminada con el maldito virus.
El doctor regresó y les dijo que era hora de empezar ya que gente en todo lugar estaba muriendo, también en ese mismo hospital.
Se alejaron, dándole la espalda a su hijo, mientras el niño susurraba: “Papá, Mamá... Volved pronto…”.
El antídoto fue preparado con la sangre del pequeño. La Humanidad podría salvarse milagrosamente. Y la noticia no tardó en recorrer toda la Tierra. En muchas calles, casas, comercios o centros hospitalarios hubo personas que celebraron el hallazgo de la cura. Pero, después de dos días en cuidados intensivos, inconsciente, el niño falleció.
A la semana siguiente, durante la ceremonia para honrar a su hijo, él observó que habían llegado solo un centenar de personas a estar con ellos; muchos otros prefirieron quedarse descansando, pues el funeral cayó en domingo por la mañana; otros escogieron ir de pesca o ver un partido de fútbol; y entre los que llegaron, hubo alguno que fingió que aquello le importaba, aunque en el fondo estaba simplemente cumpliendo.
Entonces, él quiso levantarse y gritar: “¡Mi hijo murió por todos vosotros! ¿Es qué no os importa?”.
Tal vez, eso es lo que Dios, el Padre, querría gritar también al mundo:
“Mi hijo murió por todos. ¿No os importa? ¿No os dais cuenta de cuánto os amo?”.

“En esto se mostró el amor de Dios para con nosotros, en que Dios envió a su Hijo unigénito al mundo, para que vivamos por él. En esto consiste el amor: no en que nosotros hayamos amado a Dios, sino en que él nos amó a nosotros, y envió a su Hijo en propiciación por nuestros pecados”. 1 Juan 4:9-10.

Cuento: El Rey Loco

Cuento escrito por mi hermano https://www.youtube.com/channel/ucybftjdfiekrwanrbna3f8a una historia emocionante, un final inesperado, una moraleja que siempre te acompañará después de escuchar este cuento. Estas son sus palabras: " He tenido este cuento gestándose en mi corazón desde hace un par de años y ahora que ha visto la luz estoy seguro de que será de gran ayuda para todos aquellos que entendemos que tenemos diariamente una lucha interior entre el hombre viejo y el hombre nuevo, la carne y el espíritu, el bien que quiero hacer y el mal que, a menudo, acabo haciendo. Te animo a leer el cuento con un corazón de niño que aún sabe dejarse atrapar por una buena historia, pero, lo que es más importante, que cada vez que sientas que tu propio Rey Loco quiere tomar el trono de tu vida le ordenes: ¡A la cárcel, de donde nunca tienes permiso de salir! Y que dejemos que la sabiduría y bondad de Dios gobiernen nuestro caminar, por el Espíritu Santo que nos ha sido dado". https://www.youtube.com/channel/ucybftjdfiekrwanrbna3f8a

Cuento: "El alfarero mágico"

Escrito por Lorena Pareja y con la producción de David Parra. Un cuento en el que los niños pueden aprender sobre su identidad como niños y niñas y que les advierte de aquellos que quieran abusar de ellos. Simpático, franco y valiente en este tiempo en el que hay tanta confusión y ataques a la pureza e inocencia de nuestros hijos. Es un cuento para que los padres o abuelos escuchemos con nuestros hijos y después comentarlo.

Cuento: "El estudiante" (A.Chejov)

El estudiante Anton Chejov En principio, el tiempo era bueno y tranquilo. Los mirlos gorjeaban y de los pantanos vecinos llegaba el zumbido lastimoso de algo vivo, igual que si soplaran en una botella vacía. Una becada inició el vuelo, y un disparo retumbó en el aire primaveral con alegría y estrépito. Pero cuando oscureció en el bosque, empezó a soplar el intempestivo y frío viento del este y todo quedó en silencio. Los charcos se cubrieron de agujas de hielo y el bosque adquirió un aspecto desapacible, sórdido y solitario. Olía a invierno. Iván Velikopolski, estudiante de la academia eclesiástica, hijo de un sacristán, volvía de cazar y se dirigía a su casa por un sendero junto a un prado anegado. Tenía los dedos entumecidos y el viento le quemaba la cara. Le parecía que ese frío repentino quebraba el orden y la armonía, que la propia naturaleza sentía miedo y que, por ello, había oscurecido antes de tiempo. A su alrededor todo estaba desierto y parecía especialmente sombrío. Sólo en la huerta de las viudas, junto al río, brillaba una luz; en unas cuatro verstas a la redonda, hasta donde estaba la aldea, todo estaba sumido en la fría oscuridad de la noche. El estudiante recordó que cuando salió de casa, su madre, descalza, sentada en el suelo del zaguán, limpiaba el samovar, y su padre estaba echado junto a la estufa y tosía; al ser Viernes Santo, en su casa no habían hecho comida y sentía un hambre atroz. Ahora, encogido de frío, el estudiante pensaba que ese mismo viento soplaba en tiempos de Riurik, de Iván el Terrible y de Pedro el Grande y que también en aquellos tiempos había existido esa brutal pobreza, esa hambruna, esas agujereadas techumbres de paja, la ignorancia, la tristeza, ese mismo entorno desierto, la oscuridad y el sentimiento de opresión. Todos esos horrores habían existido, existían y existirían y, aun cuando pasaran mil años más, la vida no sería mejor. No tenía ganas de volver a casa. La huerta de las viudas se llamaba así porque la cuidaban dos viudas, madre e hija. Una hoguera ardía vivamente, entre chasquidos y chisporroteos, iluminando a su alrededor la tierra labrada. La viuda Vasilisa, una vieja alta y robusta, vestida con una zamarra de hombre, estaba junto al fuego y miraba con aire pensativo las llamas; su hija Lukeria, baja, de rostro abobado, picado de viruelas, estaba sentada en el suelo y fregaba el caldero y las cucharas. Seguramente acababan de cenar. Se oían voces de hombre; eran los trabajadores del lugar que llevaban los caballos a abrevar al río -Ha vuelto el invierno -dijo el estudiante, acercándose a la hoguera-. ¡Buenas noches! Vasilisa se estremeció, pero enseguida lo reconoció y sonrió afablemente. -No te había reconocido, Dios mío. Eso es que vas a ser rico. Se pusieron a conversar. Vasilisa era una mujer que había vivido mucho. Había servido en un tiempo como nodriza y después como niñera en casa de unos señores, se expresaba con delicadeza y su rostro mostraba siempre una leve y sensata sonrisa. Lukeria, su hija, era una aldeana, sumisa ante su marido, se limitaba a mirar al estudiante y a permanecer callada, con una expresión extraña en el rostro, como la de un sordomudo. -En una noche igual de fría que ésta, se calentaba en la hoguera el apóstol Pedro -dijo el estudiante, extendiendo las manos hacia el fuego-. Eso quiere decir que también entonces hacía frío. ¡Ah, qué noche tan terrible fue esa! ¡Una noche larga y triste a más no poder! Miró a la oscuridad que le rodeaba, sacudió convulsivamente la cabeza y preguntó: -¿Fuiste a la lectura del Evangelio? -Sí, fui. -Entonces te acordarás de que durante la Última Cena, Pedro dijo a Jesús: «Estoy dispuesto a ir contigo a la cárcel y a la muerte». Y el Señor le contestó: «Pedro, en verdad te digo que antes de que cante el gallo, negarás tres veces que me conoces». Después de la cena, Jesús se puso muy triste en el huerto y rezó, mientras el pobre Pedro, completamente agotado, con los párpados pesados, no pudo vencer al sueño y se durmió. Luego oirías que Judas besó a Jesús y lo entregó a sus verdugos aquella misma noche. Lo llevaron atado ante el sumo pontífice y lo azotaron, mientras Pedro, exhausto, atormentado por la angustia y la tristeza, ¿lo entiendes?, desvelado, presintiendo que algo terrible iba a suceder en la tierra, los siguió… Quería con locura a Jesús y ahora veía, desde lejos, cómo lo azotaban… Lukeria dejó las cucharas y fijó su inmóvil mirada en el estudiante. -Llegaron adonde estaba el sumo pontífice -prosiguió- y comenzaron a interrogar a Jesús, mientras los criados encendieron una hoguera en medio del patio, pues hacía frío, y se calentaban. Con ellos, cerca de la hoguera, estaba Pedro y también se calentaba, como yo ahora. Una mujer, al verlo, dijo: «Éste también estaba con Jesús», lo que quería decir que también a él había que llevarlo al interrogatorio. Todos los criados que se hallaban junto al fuego le miraron, seguro, severamente, con recelo, puesto que él, agitado, dijo: «No lo conozco». Poco después, alguien lo reconoció de nuevo como uno de los discípulos de Jesús y dijo: «Tú también eres de los suyos». Y él lo volvió a negar. Y por tercera vez, alguien se dirigió a él: «¿Acaso no te he visto hoy con él en el huerto?». Y él lo negó por tercera vez. Justo después de eso, cantó el gallo y Pedro, mirando desde lejos a Jesús, recordó las palabras que él le había dicho durante la cena… Las recordó, volvió en sí, salió del patio y rompió a llorar amargamente. El Evangelio dice: «Tras salir de allí, lloró amargamente». Así me lo imagino: un jardín tranquilo, muy tranquilo, y oscuro, muy oscuro, y en medio del silencio apenas se oye un callado sollozo… El estudiante suspiró y se quedó pensativo. Vasilisa, que seguía sonriente, sollozó de pronto, gruesas y abundantes lágrimas se deslizaron por sus mejillas mientras ella interponía una manga entre su rostro y el fuego, como si se avergonzara de sus propias lágrimas. Lukeria, por su parte, miraba fijamente al estudiante, ruborizada, con la expresión grave y tensa, como la de quien siente un fuerte dolor. Los trabajadores volvían del río, y uno de ellos, montado a caballo, ya estaba cerca y la luz de la hoguera oscilaba ante él. El estudiante dio las buenas noches a las viudas y reemprendió la marcha. De nuevo lo envolvió la oscuridad y se entumecieron sus manos. Hacía mucho viento; parecía, en efecto, que el invierno había vuelto y no que al cabo de dos días llegaría la Pascua. Ahora el estudiante pensaba en Vasilisa: si se echó a llorar es porque lo que le sucedió a Pedro aquella terrible noche guarda alguna relación con ella… Miró atrás. El fuego solitario crepitaba en la oscuridad, y a su lado ya no se veía a nadie. El estudiante volvió a pensar que si Vasilisa se echó a llorar y su hija se conmovió, era evidente que aquello que él había contado, lo que sucedió diecinueve siglos antes, tenía relación con el presente, con las dos mujeres y, probablemente, con aquella aldea desierta, con él mismo y con todo el mundo. Si la vieja se echó a llorar no fue porque él lo supiera contar de manera conmovedora, sino porque Pedro le resultaba cercano a ella y porque ella se interesaba con todo su ser en lo que había ocurrido en el alma de Pedro. Una súbita alegría agitó su alma, e incluso tuvo que pararse para recobrar el aliento. “El pasado -pensó- y el presente están unidos por una cadena ininterrumpida de acontecimientos que surgen unos de otros”. Y le pareció que acababa de ver los dos extremos de esa cadena: al tocar uno de ellos, vibraba el otro. Luego, cruzó el río en una balsa y después, al subir la colina, contempló su aldea natal y el poniente, donde en la raya del ocaso brillaba una luz púrpura y fría. Entonces pensó que la verdad y la belleza que habían orientado la vida humana en el huerto y en el palacio del sumo pontífice, habían continuado sin interrupción hasta el tiempo presente y siempre constituirían lo más importante de la vida humana y de toda la tierra. Un sentimiento de juventud, de salud, de fuerza (sólo tenía veintidós años), y una inefable y dulce esperanza de felicidad, de una misteriosa y desconocida felicidad, se apoderaron poco a poco de él, y la vida le pareció admirable, encantadora, llena de un elevado sentido. FIN